sábado, noviembre 21
La Maravilla
Las palabras
Oquedad
Entre mi cuello y el hombro,
descansa el silencio de tu pensamiento.
Apoyada
en la oquedad tibia de los huesos,
tu mirada se desliza callada,
sobre espaldas y occipucios.
Es la brevedad
del aliento
sobre las pupilas.
Es el tiempo
demorado
que cae como una llovizna.
Las voces humedecen
viejos cortinados en los zaguanes
de Montevideo...
Los corazones
cobijan antiguas carencias.
Acaricio tus mejillas tibias.
Atemperas mis manos
entre las tuyas
mientras atravesamos la ciudad
serenos, transparentes
como destellos de luz
en una noche de verano.
Y así, el día arrastra las horas,
pero no lleva tu boca ni la mía.
Levanta las hojas que el otoño olvidó,
pero no empuja las hojas escritas.
Ni los poemas leídos sobre tus ojos,
a la hora de las cigarras,
a la sombra de las enredaderas,
lejos de aquí.
Quién sabe dónde...
Tal vez donde nacen los jazmines...
en un lugar donde los encuentros florecen...
acurrucados,
lejos de todo...
lejos...
Una mujer y un escote
El camposanto
Antes del viento el mutismo habito el lugar.
Nada podía oírse en ese océano de ausencias
que marca un absurdo indescriptible
de acallados lamentos a la intemperie.
Se fueron quedando solos, de a poco,
con el paso del tiempo y las lluvias de otoño.
Se quedaron definitivamente quietos
en sus lugarcitos de sueños efímeros.
Así el viento lánguido, se adueño de todo,
se pasea orondo por los huecos que dejan
los vacíos domingos en los sobrevivientes.
Hasta el silencio muda en ellos.
Unas florcitas mustias se destacan
en las frías mañanas de esta extraña urbe.
Hay tanta soledad y tanta vida de muertos
que cuesta pensar otra cara para un camposanto.
Detrás de largos muros la vida se ha exiliado.
Hay una ciudad de difuntos por donde transitan
famélicos recuerdos de fantasmas errantes.
Hay miles de rostros que vagamente nos miran
desde las lápidas y desde sus lugares de finados.
Aquí todo huele a entierro cavila el sepulturero
mientras cava una tumba para un futuro inquilino.
Extramuros bulle la vida como un hormigueo.
La metamorfosis de la muerte con su autoridad vigente
se enlaza con la tierra germinando enérgicas larvas
que por años se han nutrido de pieles y entrañas
y regresan a nosotros gozando de un nuevo status.
La existencia del camposanto, aire de muerte,
sollozos vanos y gritos desesperados,
más no todo muere cuando se muere,
perviven más allá de los dolores y las penas
el flujo imperceptible de las horas plenas.
Esta vida que nos ha tocado es única, irrepetible.
No busquemos en la necrópolis la vitalidad perdida
solo queda el reflejo macilento de otro que ya se fue,
de nosotros depende sostener el fuego que nos habita,
de nosotros depende sostener una existencia digna...
fliscornio
Nosotros a pesar de Ellos...
Un punto de pertenencia,
fliscornio
Sobre guiones y libretos
La Tarde Cubierta de Musgos
La tristeza no tiene territorio. Ensimismada, contraída sobre el dolor de la carne, se retuerce atravesada por el desencanto y el anonimato.
Hiere el desgarro de las vísceras. Arde la soledad como un tizón flameante en las entrañas de mi ser.
Las terrazas desoladas. Un cielo vacío de pájaros. Mi rostro distante pariendo realidades...
Ahora que tu silencio efectivamente es una respuesta, la orfandad recorta el vacío de lechos y de besos posibles.
Ausencia de palabras que erige un muro o un mausoleo con los restos de mi amor.
¿Qué hago con esta angustia que, como una caravana de sombras, avanza sobre mí?
¿Existirán tumbas para los amantes desconocidos, para los amores huérfanos, para los desencuentros epiteliales?
¿Qué construyo a partir de estas certezas? ¿Con qué herramientas labraré pacientemente la tierra y arrancaré la fertilidad de su corazón terroso, ahora que comienzas a partir?
Amores impávidos como coles durmiendo al sol. Calles abiertas en una ciudad que comienza a despedirse de vos. Relojes de arena que diluyen mi vana espera, mi esperanza contrahecha. Soy yo el que te espera. En los sueños. En ese mundo inédito donde somos la trama inversa del presente, pero que a ciencia cierta desconocemos.
El tiempo nos acosa como un animal hambriento. Me cuelga del cuello tu cuerpo, tu boca desconocida, tus manos desnudas, tu olor a mujer.
Me reclamo a mi mismo la intimidad perdida. Pero sé que no está perdido aquello que nunca se ha poseído. La irrealidad es tan lacerante como el sol en el desierto. Me quema solo con su paso. Me ciega solo con su calor.
Y la noche despierta al fin sobre el horizonte. Allí estás, Selene, cada noche de cada día. Girando eternamente en el universo. Levantando mareas, acariciando enamorados. Luz de luna... Rostro de mujer... Velos y sedas... Cabello ensortijado y negro... Tus ojos dicen lo que callan tus labios... El silencio del universo cae como una caricia sobre mi corazón labriego.
¿Volverás la noche que viene a iluminar mi lecho solitario? ¿Volverás a acostarte a mi lado en las noches solitarias, a escondidas, abrazando mis soledades?
La distancia se abre como el estuario del Amazonas y es posible extraviarte en el océano. Sin embargo cada noche, volveré a observar las estrellas... Las constelaciones distantes...
Tu carro desvelado transitando las Pléyades...
fliscornio
2001
Infancias
Entonces reconstruir la ficción de una existencia se asemeja a la elaboración de una novela que en algún momento de nuestra vida empezamos a tomar por verdadera, hasta tal punto, que terminamos apropiándonos de ella.
Digo esto pues de algún modo me invitas a realizar un viaje al origen, a las raíces, o a ese sitio dónde podemos suponer que empezamos a ser lo que somos.
Ahí la Infancia. La niñez como un territorio lejano donde las cosas poseían otros gustos y otros olores. La patria de la inocencia o la ignorancia. Ese paraíso que al decir de Mario Benedetti puede ser un paraíso maravilloso o puede ser un infierno de mierda.
En aquel tiempo ser niño era jugar a explorar y aventurarse en lo desconocido. Las fronteras eran estrechas y casi siempre finalizaban en las veredas y en las esquinas somnolientas de un barrio suburbano. Pero eso alcanzaba para reinventar un nuevo mundo más acorde a las realidades y capacidades de un niño. Y así fue.
De esas imágenes inciertas que como retazos o parches descoloridos, puedo reconstruir en mis primeros años, está la casa natal, a orillas del ferrocarril, de techo bajo, color blanco, con un amplio terreno en las márgenes del pueblo que, por entonces, era pequeño.
Sin dudas que el universo era otro. El sentido o el significado de las cosas tenían otra dimensión, fundamentalmente, era un mundo extraño y nuevo, lleno de misterio, que invitaba a curiosear. Un mundo que también se entrelazaba a los miedos y a las cosas que un niño desconoce.
Pero jugar e imaginar era todo. La lluvia por ejemplo. Recuerdo imágenes imborrables: el patio de tierra, inundado de agua, y las gotas formando burbujas enormes flotando sobre los charcos, que entonces eran océanos, navegados por barquitos de papel, realizados con dedicación por mi abuela materna.
El mapa de la niñez recorre una extensión interminable donde los días se encadenan casi infinitamente. El tiempo se detiene en ese territorio. No hay colegio. Es solo despertar y ver que hay de nuevo en este universo llamado casa.
Todo es a estrenar. Todo huele a nuevo en ese mapita que se garabatea alrededor nuestro constituyendo la primera infancia.
En aquellos tiempos las dimensiones también eran otras. Las extensiones en el espacio son gigantes. Los objetos sencillos de uso cotidiano, como las sillas o los muebles, eran enormes. Trepar a una banqueta era el llamado a desafío para comenzar a escalar hacia la mesa. Mi patio de baldosas negras y blancas, era un campo cuadriculado, que posibilitaba la creciente habilidad de jugar y correr.
La patria de la infancia se construye con recuerdos y vivencias. Existe pues una bandera multicolor que se agita con festividad, en mi caso, pero también con la sombra de los temores maternos.
Mi madre había perdido cinco embarazos y una beba de meses, por lo tanto debe aferrarse a ese último hijo, que tozudamente da a luz, a pesar de las admoniciones trágicas de los doctores devenidos en demiurgos trágicos.
Pero aún así, y contra toda lógica, mi madre alumbró un hijo. Hijo que sería el séptimo que venía a cortar una larga cadena de frustraciones en su deseo de maternidad. Así, esa madre engendra sin saber, el temor a perder a su único hijo, un desasosiego que la acompañará el resto de su vida, y que por supuesto, marcará también mi vida..
Existen tantos senderos que no vemos o no recordamos en la foresta de la niñez que es imposible describir todo en un solo escrito. Puedo ir reconstruyéndolo como un texto, quizás hasta novelando pues a veces no puedo saber con certeza si son recuerdos o ellos provienen de lo que me han relatado.
El origen, que tal vez no sea tal, sino un reflejo de lo que pudo haber sido, extiende sus influencias hasta aquí. El destino - si es que existe tal cosa - se derrama sobre este pequeño escrito que abre incertidumbres porque hablar de uno mismo también implica releer la ficción que tenemos sobre nosotros y de la cual nos hemos apropiado cuando aceptamos llamarnos como nos han nombrado.
Puedo suponer que cada gesto o acto, cada trazo que realizamos sobre la vida, es una proyección de lo adquirido y lo heredado a manera de síntesis personal. Podemos ser un texto, una pintura o una hermosa melodía, pero fundamentalmente somos una producción original que despliega sus particularidades a lo largo de la existencia.
Podremos ser más felices o menos felices, pero eso incluso no indica nada. Todo es tan fugaz que a menudo nuestras distracciones impiden ver lo maravilloso de la vida.
Esa mirada tan profunda en la cual has creído ver un Otro, tal vez habla tanto de ti como de mí. Allí, en ese año setenta y seis, el curso de mis pensamientos o de mis emociones probablemente era diferente al que hoy tengo. No puedo decirte si el dibujo simplemente era un despliegue de mi narcisismo - cuestión muy probable - o una puesta inconsciente de esa “desolación” afectiva a la cual a veces he aludido en algunos escritos.
Lo cierto es que esos ojos negros y profundos aún siguen interrogando desde aquellos años. Siguen inquiriendo o demandando alguna respuesta a un interrogante que permanece abierto, entonces los puentes mantienen su vigencia en tanto permiten estos tránsitos e intercambios...
fliscornio
Las Máscaras
Pliegue sobre pliegue
Barco en el interior de una botella
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Y la calma.
La tensa calma que se extiende
como cordel fino o aullido,
como un grito intenso pero acallado.
El horizonte que no se mueve. Y el sol que brilla extrañamente.
El viento ha muerto sin prisa.
Desparrama nada sobre un mar calmo
O sobre un río dormido y quieto.
Las manos no cesan de inquietarse.
Los dedos se alborotan sobre la madera desvencijada de una barca.
No hay anclas. Ni siquiera una cuerda para asirse al vacío.
La respiración entrecortada al borde del abismo
se diluye en el derrumbe de los hombros sobre los brazos abatidos.
El sinsentido también se detuvo impávido
frente a una orilla indivisa, infranqueable, salpicada de otros.
Como manchas borrosas, difusas.
No hay tormentas. Ni nubes de borrasca. Solo la calma.
Y más calma. Pero también la elipsis. Tal vez la desesperación.
Y la vida...
Y los repliegues...
Y la ausencia que es agonía de tardes y noches.
Amores consumados en las encendidas noches de enero.
Perfume de azahares y distancias inmóviles
que oscurecen como cádaveres en una morgue.
Carencia de brujula o de rosa de los vientos.
Capitán sin catalejo. Navío sin rumbo. Destino de letargo y desasosiego.
Todo huye.
Inalcanzable. Sin vida.
Despojado de pasión...
Saqueado de deseos,
acaso, como un barco
en el interior de una botella...
fliscornio
2002