sábado, noviembre 21

Ustedes

Dedicado a mis amigas y amigos.

“No sé qué opinará mi lector. No pretendo saber qué cosa es el tiempo (ni siquiera si es una “cosa”), pero adivino que el curso del tiempo y el tiempo, son un solo misterio y no dos.” J.L. Borges

Escribo, casi sin darme cuenta, tejiendo tramas que han sido tejidas a su vez por otros. Deslizando ficciones allí donde otros u otras construyeron paciente o impacientemente historias fantasmaticas, acaso ideas aproximadas a algo llamado humano.
Mis historias no son otra co sa que escenas. Postales adormiladas que todos atesoramos, pero que en nuestra precariedad mundana, olvidamos en las mesas de los bares, en los pocillos de café, o en los brazos de los amantes.
Nadie mira en los rincones de las ciudades. En las estaciones de subterráneos, a la hora del silencio, cuando se apagan las voces errantes de los pasajeros y los asientos se desnudan de cuerpos, acaso de vez en cuando de algún espíritu.
Nadie mira las cornisas de buenos aires, atiborradas de sombras, de palomas septuagena-rias. Nadie corre las cortinas ajadas de los cines después del final de cada película y entonces nadie saluda a los actores bajando del escenario, como fantasmas sin destino.
No hay quien se ocupe de los espacios vacíos o de los rincones oscuros. Todo queda olvidado hasta el día siguiente cuando las calles chillan y las luces se encienden en las marquesinas. Todos deseamos ser estrellas.

Y por ese afán de recolector, de curiosidad infinita, deslizo mis manos y mis ojos por esos huecos desiertos, abandonados, pellizcando retazos de humanidad, gestos apenas generosos que describen otra vida u otros destinos.
Todo se escribe y se inscribe incesantemente en una rueda infinita de sucesos que no dejan de producirse una y otra vez. Destinos de preguntas que siempre acuden por el mismo sendero. Preguntas que inquieren por el origen y la muerte ¿Qué hay más allá? ¿Qué nos espera fuera de este mundo empequeñecido y engreído? No hemos sido capaces en siglos de construir alguna idea o concepto más original. Avanzamos a ninguna parte. Seguimos siendo argamasa de piel y hueso. Nada hay de infinitud.
Es posible que transiten velatorios y crematorios, diciendo aquí y allá, las bondades de la otra vida, y la incógnita desvelante del regazo de un dios incognoscible y poco creíble.

¿Cómo es posible vivir con tanto horror a la muerte? ¿Cómo es posible que los seres humanos causemos tanta angustia y dolor a otros humanos? Siglos de civilización, devorados en segundos de locura y paranoia colectiva.
Y las guerras. Y las crisis. La violencia de los tiempos, de los días sangrientos ¿Bosnia, Croacia, Serbia, la ex Yugoslavia? ¿La Tormenta del Desierto? ¿Alcanzaron para detener la tragedia del World Trade Center, o las masacres en los campos de refugiados palestinos? ¿Sirvió Hiroshima? Insisto, nadie mira los despojos que deja el día en los rincones del mundo y sus ciudades.
Al mirar esos espacios quietos. Vacíos. Callados. Descubro piezas faltantes, acaso la imperfección humana. Acaso la debilidad. La fragilidad. La desesperación. Solo mariposas nocturnas sobrevolando faroles.
Muchos buscamos solo alguien que nos ame, ¿es mucho pedir? Suele quejarse alguna amiga descorazonada, angustiada y hundida en su soledad post separación.

Encuentro relatos, como un sastre encuentra retazos para rearmar viejos trajes. Parches para una vida que se devora asimisma rápidamente y que pronto culminara. ¿Qué más hay? ¿Existe algo más allá del hacer el amor? ¿Hay algún novedoso kamasutra que nos entregue alguna experiencia fascinante y vertiginosa que nos ofrezca una posibilidad diferente a la que ya hemos tenido? Asusta la respuesta a tamaño interrogante ¿Y qué si no hay nada nuevo? Qué pasa si tus ojos no son promesa de nada, ni tus cabellos ensortijados vestidos de negro no vuelan, ni tu perfume profundo no despierta más imaginación que tu espalda infinitamente delgada...

Debo inventarlos como otros... Pienso en sus historias tan reales como los personajes de novelas antiquísimas, como los Hermanos Karamazov o el Sidharta de Herman Hesse. Releo El Inmortal de J.L. Borges y me desmorono hacia el laberinto, las cámaras y las nueve puertas y los sótanos y la desesperación eterna.

Estaciones desiertas. Cavidades desoladas. Calles abarrotadas de nada. Insípido, el mundo rota a cada rato, y se lleva las veinticuatro horas, como hojas secas, como olas metálicas de edades desconocidas.
Escribir entonces es salvarlos y salvarme de la ignominia. No quiero dejarme arrastrar por el devenir cansino de los siglos hacia el olvido, ni deseo malgastar este corto y breve recorrido. No quiero sentir que la existencia fue un trámite de campo santo. Una sencilla y póstuma frase que estampe un orfebre en una lápida escuálida al final del camino.

Siento que en cada uno de ustedes, amigos y amigas mías, existe un mundo digno de contar. Una historia que debe ser descrita, pues ya está siendo escrita por ustedes. Un relato que debe amalgamarse en una apretada hilera de renglones y palabras precisas. Palabras que se construyan como monumentos a su paso por mi vida, como instantáneas obtenidas en cada relámpago de afecto, de sentimiento que inunda nuestra piel y nuestro corazón.

Sin duda que no he podido vivir sin ustedes. No de esta forma. Tal vez de otra manera, pero sin duda, esta vida que tengo, no la hubiese podido vivir sin ustedes. Están allí. Después del ruido. Después de que todos se han ido. Sus sombras, aún tibias, sus palabras y sus risas. Sus caricias. Sus abrazos. Están sobre la alfombra bordó, sobre los sillones y los almohadones. Pero fundamentalmente están inscritas sobre mi cuerpo, sobre mi piel y mis sentidos. Cada centímetro de este territorio llamado cuerpo tiene cinceladas en sus tejidos celulares minutos y segundos compartidos y vividos. Conjura contra el olvido. Artimaña humana que posibilita la trascendencia. La supervivencia de lo vívido. Ir más allá del simple recuerdo. Y cuando recuerdo efectivamente, voy más allá. Viajo en el tiempo. Pierdo el hilo de lo temporal y lo atravieso. No lo respeto. Me desnudo de relojes, me visto de desnudez simple y llana. Reencuentro cada voz. Cada gesto. Cada palabra de amor dicha en la intimidad de los encuentros. Cada beso es recuperado. Cada abrazo retoma su profundo significado. Las miradas seguirán siendo cálidas y amenas.

Leo a Borges, su cuento El Inmortal, ya mencionado anteriormente: “La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como pérdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales”.

Así la gravedad de nuestros dramas cotidianos. La liviandad de los hechos diarios que conmutan la profundidad de la existencia y la transforman en una versión almibarada de una telenovela del corazón. El firme convencimiento de las “cosas serias” y la “vida responsable” se encaraman sobre los despojos de la vida. A veces perdemos de vista hasta las ilusiones. Inventamos la palabra Utopía para inconscientemente poner a salvo de nuestros propios olvidos y tropelías, nuestros ideales más nobles.

Escribo entonces, para no extraviarme, para no extraviarlos o extraviarlas a ustedes. Padezco de fidelidad congénita a los afectos y a los amores. La rueda gira una y otra vez. Volveremos a encontrarnos en otro giro.
Habrá tiempo entonces para reiterar amores. Decir Te Quiero. Decir Te Extraño. Habrá otro tiempo para oler como un animal en celo, tu aroma de mujer. Habrá otros tiempos para todos ustedes y para mí. Tal vez nos cueste recuperar la memoria de lo vivido. Pero allí estará. Por eso armo estos retazos, estas historias, que a modo de piezas de rompecabezas, nos recuerdan quienes somos y quienes fuimos.

Por eso observó en los rincones despojados, cuando ya no están. Levanto sus alientos, sus latidos, sacudo de los edredones sus tibiezas y las guardo en mi memoria. Por eso miro a esta ciudad en la sombra de la noche cuando pierde sus atavíos, se desnuda de formalidades, desatando el territorio de la desolación: Semáforos desamparados. Árboles inermes. Pibes fumados. Borrachos dormitando en los zaguanes. Mujeres de la calle vendiendo amores. Faroles interrogando soledades. Escaleras congeladas. Taxis llevando gente a ninguna parte. Policías custodiando los bienes de la Nada. Catedrales con horarios de visitas. Misas esperando turno. Sinagogas soñando escapar del espanto. Mezquitas procurando olvidar precisamente el pánico. Mirar el vacío que deja la marea de trastos mundanos, la impudicia de las sociedades humanas entregadas a la banalidad. Bajamar nocturna. Reflujo de desnudez. Máscaras sin brillos. Ómnibus de madrugada, exhalando sudores diarios, retratos de hombres y mujeres, lo que queda del día, el sopor del sueño o el dolor de los sueños perdidos.

Por eso escribo, para no sentir la vida sin vida. Para rescatarme y rescatarlos. Para que sus nombres efectivamente sean nombrados mientras sus corazones laten y sus axilas suden. Y sus bocas besen. Y sus cuerpos tengan sexo y por fin se bañen de amores y copulas. Escribo para no perderme y no perderlos. Para que no nos arrastre la pleamar. Ni nos cubra la marea alta de esta sociedad posmoderna tan colmada de desencanto.
Quiero construirlos como monumentos. No quiero esperar los días tristes de las despedidas funerarias. Son ustedes y soy yo, por supuesto, el cimiento de mi existencia. Los elegí y ustedes me eligieron. Soy un privilegiado. Tengo sus afectos. Tienen mis afectos. Nos compartimos. De mil maneras. Cada uno en lo suyo. Labradores. Orfebres de destino. De futuro y pasado. Presentes febrilmente luchados. Homenaje a su amistad con la que me han honrado...

Por eso escribo. Por eso vivo. Por eso existo. Por eso me enamoro. Por eso amo. Por eso grito al viento las broncas. Por eso beso sus mejillas o sus labios. Por ustedes...

“Uno no llega a ser quien es por lo que escribe, sino por lo que lee.”
Jorge Luis Borges

Y de algún modo, ustedes escriben una historia, yo simplemente la comparto, que es también una forma de leerla...

A todos Ustedes gracias...

fliscornio

2 comentarios:

Unknown dijo...

La verdad es que no sabía de tu afinidad con clarín (sea con boquilla semicircular o no), la verdad es que me sorprende y no gratamente, y por otra parte te prefiero de conscripto obligado y no de capitán. General Fontova hay uno solo.-
Abrazote Chinazo- muy bueno el blog. Lo visitaré seguido. El Negro Arola (alias el cabo primero Tiago Lavenia).-

Fliscornio dijo...

Gracias, edu por tu presencia, vos perteneces a ese universo de "incunables". Un abrazo.
Flicornio

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