sábado, noviembre 21

Solo es una lluvia pasajera.

No creer en lágrimas – se dijo a sí mismo. No creía sin embargo demasia-do en esa sentencia forzada de su propia conciencia. La cara desencajada de su mu-jer lo atravesaba totalmente y lo desarmaba.
- Nada de culpas – volvió a decirse. Pero tam-poco podía sostener sus decisiones cuando ella se derramaba en llanto sobre su pecho y le pedía que por favor no se fuera. Y entonces le pasaba que todo su pasado se le venía encima y el dolor se hacía interminable. Tan persis-tente que no lo aguantaba y prefería desistir.
Los dolores que lo atravesaban habían nacido hacía mucho tiempo atrás. Acaso desde el mismo momento en que decidió contraer matrimonio. Pero él no sabía el porvenir, de modo que aquellos instantes fueron tal vez de los más felices que tuvo en su vida. Incluso cuando nació su primer hijo la felicidad lo inundó de tal forma que temió ahogarse y hasta le faltó aire. A lo mejor ese fue el primer anunció de las tormentas que se avecinaban.
- Pero claro, quién tiene la vaca atada – pensó mientras ponía la tercera y luego la cuarta en plena panamericana. El auto se deslizó suavemente en quinta por la cinta asfáltica como si fuera un ave liviana y frágil. Puso música muy suave, quizá Wagner, sintiendo en su cuerpo una extraña ligereza que arrastraba sus pensamientos muy lejos.
Cuántas veces había faltado a la cita. Cuántas veces se había equivocado con ella, eludiendo sin saber los encuentros que ella propiciaba para limar las asperezas.
- Es obvio que soy un estúpido, no puedo perder a una mina como ésta, por una boludez, lo hecho echo está – Percibió la comodidad de la butaca, y se hundió más sobre ella, como si realmente el cuerpo no le pesara para nada. Él seguía volando envuelto en una paz extraña y profunda.
- ¡Por favor no me dejes, perdóname! – dijo ella con la voz entrecortada, cargada de angustia, con los ojos enrojecidos cargados de espesas lágrimas que se deslizaban sobre sus mejillas pálidas. Sintió que lo sacudió con ambas manos para hacerlo reaccionar, pero él sólo atinaba a mirarla con los ojos fijos, con la mirada clavada en algún punto del espacio.
No creía ser un hombre insensible o indiferente, pero hoy era un día extraño, distinto. Sus sentimientos estaban como adormecidos, sin embargo sentía culpa por todo lo que había pasado. Ahí estaban los dos dirimiendo el futuro de la pareja si es que había futuro para ambos, tal vez para ella, pero para él, no estaba muy seguro…
Recordó extrañamente imágenes de su infancia y de su adolescencia y eso le resultó muy raro, pero allí se veía como un purrete divertido y feliz. Veía a sus abuelos mimándolo, yendo de vacaciones al delta del Tigre, a la isla de los tíos, con sus primos y sus primas. Le resultó difícil de explicar el porqué de esas imágenes tan queribles para él. Y entonces otra vez escucho como en la lejanía la voz de ella, pidiéndole que la perdonara. – No creas en lágrimas – se dijo a si mismo nuevamente.
El día le parecía muy luminoso. La luz penetraba con fuerza a través de la ventana y ciertamente lo encandilaba, pero no molestaba a sus ojos, por el contrario el resplandor era suave.
- Quién lo iba a pensar de ella – pensó. Intentó elaborar alguna frase de compromiso, como para minimizar los hechos y no sentir la angustia que él también debía permitirse sentir por lo que había pasado. Pensó en sus viejos, qué iban a pensar de todo esto. Los imagino en la galería de la casa de San Isidro, donde también de pronto creyó ver la presencia de sus abuelos. Era tan vivaz la escena que parecía que realmente estaba allí. Vió entonces el río iluminado con sus encrespaduras, los veleritos yendo y viniendo por la costa, y más lejos casi sobre el borde del horizonte, cerca del cielo y de dios, barcos de gran calado que iban seguramente para los puertos del Brasil o de Uruguay. A él siempre le gustaba esa vista que tenía la casa de los abuelos, era realmente maravillosa.

Intentó balbucear seguramente una tontería, y tal vez por eso, se dio cuenta de que no le salía nada, a pesar de que intentó ponerle palabras a eso que sentía en su pecho, ese ardor que crecía a medida que pasaban los segundos, junto al llanto de ella que se incrementaba proporcionalmente.
No lejos, en ese mar de horas y días que es el tiempo, él creyó seguramente que la felicidad era eterna, que una vez conseguida nunca la perdería. Era, salvando las distancias, como hallar el paraíso perdido. Volver al Edén. Pero retornar a tal estado implicaba volver a la ignorancia primigenia, a la inocencia y a la ingenuidad. Significaba por otro lado perder el significado de las cosas, tal vez el valor de lo que más amaba, incluso permanecer en un estado indiferenciado de lo natural.
Es probable que los seres humanos sin saberlo hayamos quebrado el delgado hilo que nos unía a la naturaleza de la cosas, al cosmos, y entonces sin darnos cuenta, hemos extraviado la armonía y al mismo tiempo el sentido de la existencia. Ahora vivimos en las grandes concentraciones humanas una vida plagada de objetos de consumo, abalorios y trastos muchas veces inservibles que adornan nuestras vidas empequeñecidas. Sin embargo, paradójicamente, una gran cantidad de seres humanos se hunde en la más horrenda de las miserias, carencias y hambrunas, en zonas del continente africano o en las pequeñas poblaciones de centro o Sudamérica. Pero estos pensamientos en este momento para él eran una zoncera, una pequeña digresión que le permitía gambetear el malestar que le provocaba esta situación. Esta circunstancia que lo obligaba de algún modo a tomar una decisión.
Ahora ella lo miraba con sus ojos llorosos y le hablaba con desesperación. Él no la quería oír. – La naturaleza es sabia – pensó – sé que me está diciendo un montón de cosas, que me ama, que no la deje, que luche por lo que quiero, pero estoy harto de todo esto, y por suerte no la oigo ahora. Sé que está desesperada. Me da pena, pero no quiero aflojarle ahora, después me va a costar más tomar la decisión.-
Recordó, mientras el pecho se le adormecía y el dolor parecía hacerse lejano, el día que su hijo mayor se recibió de arquitecto y el día que su hija partía a Nueva York con el contrato de trabajo para una galería de arte. Había sentido cosas muy disímiles en ambas ocasiones, pero sentía claramente una sensación de orgullo muy grande por verlos tan capaces e independientes. Él había luchado por eso. Trato de darles todo el afecto y la ayuda que necesitaban. Creía que había cumplido con su parte. Así como habían cumplido sus padres y sus abuelos.
- Todo es en definitiva una extensa cadena de circunstancias, hechos y construcciones - se dijo a sí mismo – en la cual participamos, a veces en forma fortuita y muy pocas en forma deliberada. Cada uno de nosotros, hemos hecho nuestra parte, nuestro papel. Lo que esperan los demás de mí, tal vez no sea lo que he podido dar. He hecho lo que pude, aunque sea a tientas… - Lo interrumpió un sacudón de ella, que volvía a la carga ahora con una mezcla de llanto y grititos histéricos. Podía apreciar su cara ruborizada y la desesperación ante la inminencia del desenlace. Sabía que él no la escuchaba. Tardó en darse cuenta que ya no estaba a bordo del auto. Ya no se oía a Wagner y el silencio caía como un telón pesado entre él y las cosas.
Jamás lo hubiera pensado de ella, incluso evocó una escena de sus padres durante una discusión donde su padre encolerizado se fue de la casa pegando un portazo. Su madre (la recuerda como si fuera hoy) solía cerrar la acción con una frase que él recuerda perfectamente. Pero él aún tiene la vibración en su cuerpo de aquél portazo resonando en el comedor de la casa. Percibe el miedo, y los brazos de su madre rodeándolo, sosteniéndolo contra su regazo. Su madre sabía, no sabe cómo, que su padre volvería luego. Y efectivamente unas horas después, más tranquilo, con un ramo de flores silvestres que seguro habría recogido en la ribera, él retornaba. Cuando él se enojaba por algo se iba a caminar por la ribera y luego volvía, manso como el río marrón que se deslizaba allá a lo lejos entre el cielo y el infierno.
Le hubiera gustado ser río. Pero ese río no otro. Amarronado. Encrespado y tumultuoso. Melena de león sacudida al viento. Le hubiera gustado ser río para deslizarse por la vida, sobre los techos ribereños, por los malecones melancólicos del litoral. Ir y venir. Entre dos orillas hermanas. Pero también le hubiese gustado ser nube o lluvia, o chaparrón. Chubasco de verano que cae sobre las techumbres de las casitas sencillas del bajo, levantando diminutas nubes de vapor provocadas por el intenso calor del día. O también se le ocurría que podía ser llovizna de invierno, lenta y apaciguadora, de esas que obligan al dormir, al sueño de la siesta y te sumergen en el letargo de tardes anodinas y grises. Le hubiera gustado, seguramente jugar a ser otra cosa.
La imagen de su madre - ¿por qué mamá? – se preguntó, pero sin voz, mientras comenzó a sentir un sabor amargo en la boca, y la lengua empezó a secarse. Tal vez la angustia lo estaba arrinconando y ahora más que nunca tenía que tomar una decisión. Trató de cerrar los ojos y no verla más. Quiso apretar los dientes y decirle de una vez que lo dejara ir, que estaba fastidiado. Sintió que estaba enojado y que sus brazos estaban aletargados. En realidad, empezó a darse cuenta de otra cosa. Él siempre supo lo de ella, pero no quiso enterarse. Por los hijos sobre todo, pero ahora ellos ya no estaban. Los hombres son victimas de sus palabras y ellas terminan condenándolos definitivamente, y él no iba a ser la excepción. Ese día ocurrió que cayó la gota que derramo el vaso. Y no hubo forma de frenar nada. No toleró la imprudencia de ella llegando tarde y con el rouge corrido y la pintura de los ojos desaliñada. No toleró la sonrisa estúpida y la cara de sorpresa cuando lo vió - ¿Qué hacés tan temprano, saliste antes? – dijo ella, tratando de disimular una sonrisita nerviosa. Nunca pensó antes que la diferencia de edad se iba a notar tanto, pero él le llevaba casi quince años. Cuando se conocieron ninguno de los dos le dio importancia. Pero los años fueron pasando en forma irrevocable y él se volvió más viejo y torpe, y sobre todo perdió interés. Se volvió río, pero río de llanura, demasiado manso, demasiado lento, casi estancado.
Él siempre se supo un tipo controlado. Amante de la buena música, de lo mesurado y acotado. Acaso alguna vez ella lo provocó con algún desplante y él, fiel al modelo familiar, la dejó rezongar, incluso la dejó ir algunas horas, sabiendo, que volvería, como siempre había hecho su madre con su padre. La sabía apasionada, vehemente, por eso la dejaba ir a dar una vuelta por ahí. Solo le llevaba algunas horas calmar el enojo y luego volvía más tranquila e incluso rozagante. Las discusiones en las parejas traen aparejadas circunstancias, acontecimientos impredecibles que abren las puertas a otras dimensiones, y en todo caso a otro destino. Cada vínculo conyugal se teje y se desteje con infinidad de tramas. Idas y vueltas. Peleas y reconciliaciones. Siempre el escenario íntimo de las alcobas iluminó pasiones irrefrenables o selló para siempre los labios del amor con una daga hierática de indiferencia.
Fue una palabra, quizá un grito destemplado lanzado como un relámpago. Fueron dos palabras agitadas con desparpajo por ambos. Él la acuchillo con un - ¡Putaaaaa! – Y ella sin dejar el pequeño bolsito le disparo directo al corazón - ¡Cornudooo! - . Él alcanzó a mirarla casi sin pestañar y entonces sintió el dolor en el pecho. El grito del cuore que empezó a decir basta de hipocresía y mentira. No tuvo tiempo para mucho. Se desplomó sobre la alfombra que ella había comprado hacía unos años atrás. Tras él, ella se le tiró encima, desesperada, dándose cuenta que había ganado el duelo pero gritando desesperada, porque en definitiva se le iba el compañero de ruta. El cohabitante de un matrimonio fantasma. El cómplice de lo formal. Ella se dio cuenta que lo había herido de muerte. Él se dio cuenta por fin, que esta vez no iba a ser como decía su mamá, que este temporal y las nubes que venían sobre el horizonte del río, no iba a ser solo un chubasco de verano, y que esta vez su papá no iba a volver con flores silvestres…
fliscornio
2005

No hay comentarios:

Seguidores