sábado, noviembre 21

Sobre guiones y libretos



Se escribe como se puede, sobre el papel o sobre la piel, por sobre un montón de muertos o por sobre los vientres de las parturientas. Se escribe a veces sin ton ni son, sin saber adónde van a morir los renglones. En otras ocasiones la desesperación que engendra la incertidumbre es tan aterradora que algunos se suicidan en los márgenes de las hojas vacías.

Cada uno de nosotros escribe un libreto, un guión o un libro. Cada uno de nosotros sube al escenario de la vida todos los días, contando solo con la desnudez del alma humana. Nos calzamos máscaras para comenzar el día sin la certeza de saber dónde termina la obra.

A todos nosotros nos toca ser alguien: tullido, engreído, soberbio, orgulloso, valiente o cobarde, honesto o rastrero. Cada ser humano representa su papel, grande o pequeño, en el escenario del mundo. A veces forzamos a los otros a ocupar ciertos lugares, porque necesitamos que ellos los ocupen, para poder cargarles la mierda que llevamos dentro.

Nada más incierto que la conducta humana. Nada más vacío que humanos completamente satisfechos. Nada más heroico que una persona insatisfecha. La vida humana está plagada de desconcierto y ambigüedad, casi como una novela construida a tientas en los amaneceres de la civilización.

Se escribe como se puede, a veces en la confusión de la pasión o en los tumultos que construye el amor. Escribe el poeta enredado en el cuerpo de su amada y pinta el artista plástico los diluvios verde azulados de unos ojos infinitamente claros. Modela el escultor un cuerpo despojado hasta en la desnudez de la espalda y hornea el ceramista el brillo opaco de un amor que agoniza.

El viento desliza la música y los bailarines dibujan en el espacio los movimientos de una danza invisible. Se entretejen y se dejan llevar. Se deshacen y rehacen. Se destierran y hermanan. Se erigen uno al otro como pueden en una danza eterna llamada intimidad.
Se escribe como se puede. Se vive de igual modo. Solo somos espejos de otros, redactando una ficción que no nos pertenece. Somos quienes somos, ni mucho ni poco, pero aceptarlo cuesta. Empuñar palabras, no pistolas o fusiles. Empuñar artes, no inútiles muertes.
Construir el texto de nuestras vidas es lo difícil, porque hay que otorgar sentido a lo escrito, pero ¿quién nos dirá dónde poner cada punto y cada coma? ¿Quién leerá en definitiva este conglomerado de frases y oraciones que soy o que he sido?

Hay que escribir entonces sobre este inescrupuloso desierto de papel, que asfixia con su blancura de muerte. Se debe transitar este territorio cano, prematuro de ancianidad y despedidas. Porque así lo exigen las circunstancias. Porque así lo pide el cuerpo. Entonces se escribe con la urgencia de las tripas, con la premura del agonizante. Se cubren extensiones con escenas, que luego son acciones, que luego son vidas, que luego, muy luego dan origen a cierta existencia.
Es así que comienzo el montaje de una quimera llamada mi vida, una pequeña narración, que ocupa en forma exigua, una carilla, y en dónde escribo, como puedo, una historia, un cuento o una fábula, que algunos considerarán inequívoca o a lo sumo confusa. No obstante en ella, habitarán actores que aceptarán el juego.
¿Qué haremos cuando el otro no acepte el juego, ni asuma su papel de victimario o de víctima?

fliscornio
noviembre de 2004.

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