Antes del viento el mutismo habito el lugar.
Nada podía oírse en ese océano de ausencias
que marca un absurdo indescriptible
de acallados lamentos a la intemperie.
Se fueron quedando solos, de a poco,
con el paso del tiempo y las lluvias de otoño.
Se quedaron definitivamente quietos
en sus lugarcitos de sueños efímeros.
Así el viento lánguido, se adueño de todo,
se pasea orondo por los huecos que dejan
los vacíos domingos en los sobrevivientes.
Hasta el silencio muda en ellos.
Unas florcitas mustias se destacan
en las frías mañanas de esta extraña urbe.
Hay tanta soledad y tanta vida de muertos
que cuesta pensar otra cara para un camposanto.
Detrás de largos muros la vida se ha exiliado.
Hay una ciudad de difuntos por donde transitan
famélicos recuerdos de fantasmas errantes.
Hay miles de rostros que vagamente nos miran
desde las lápidas y desde sus lugares de finados.
Aquí todo huele a entierro cavila el sepulturero
mientras cava una tumba para un futuro inquilino.
Extramuros bulle la vida como un hormigueo.
La metamorfosis de la muerte con su autoridad vigente
se enlaza con la tierra germinando enérgicas larvas
que por años se han nutrido de pieles y entrañas
y regresan a nosotros gozando de un nuevo status.
La existencia del camposanto, aire de muerte,
sollozos vanos y gritos desesperados,
más no todo muere cuando se muere,
perviven más allá de los dolores y las penas
el flujo imperceptible de las horas plenas.
Esta vida que nos ha tocado es única, irrepetible.
No busquemos en la necrópolis la vitalidad perdida
solo queda el reflejo macilento de otro que ya se fue,
de nosotros depende sostener el fuego que nos habita,
de nosotros depende sostener una existencia digna...
fliscornio
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