sábado, noviembre 21

El camposanto

Antes del viento el mutismo habito el lugar.

Nada podía oírse en ese océano de ausencias

que marca un absurdo indescriptible

de acallados lamentos a la intemperie.

Se fueron quedando solos, de a poco,

con el paso del tiempo y las lluvias de otoño.

Se quedaron definitivamente quietos

en sus lugarcitos de sueños efímeros.

Así el viento lánguido, se adueño de todo,

se pasea orondo por los huecos que dejan

los vacíos domingos en los sobrevivientes.

Hasta el silencio muda en ellos.

Unas florcitas mustias se destacan

en las frías mañanas de esta extraña urbe.

Hay tanta soledad y tanta vida de muertos

que cuesta pensar otra cara para un camposanto.

Detrás de largos muros la vida se ha exiliado.

Hay una ciudad de difuntos por donde transitan

famélicos recuerdos de fantasmas errantes.

Hay miles de rostros que vagamente nos miran

desde las lápidas y desde sus lugares de finados.

Aquí todo huele a entierro cavila el sepulturero

mientras cava una tumba para un futuro inquilino.

Extramuros bulle la vida como un hormigueo.

La metamorfosis de la muerte con su autoridad vigente

se enlaza con la tierra germinando enérgicas larvas

que por años se han nutrido de pieles y entrañas

y regresan a nosotros gozando de un nuevo status.

La existencia del camposanto, aire de muerte,

sollozos vanos y gritos desesperados,

más no todo muere cuando se muere,

perviven más allá de los dolores y las penas

el flujo imperceptible de las horas plenas.

Esta vida que nos ha tocado es única, irrepetible.

No busquemos en la necrópolis la vitalidad perdida

solo queda el reflejo macilento de otro que ya se fue,

de nosotros depende sostener el fuego que nos habita,

de nosotros depende sostener una existencia digna...

fliscornio

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